sábado, dezembro 28, 2013

Texto do maestro brasileiro Élcio Rodrigues de Sá (foto), meu primo querido, compositor e mestre em violão. Ele é casado com a violonista panamenha Teresa Toro e mora no Panamá há 18 anos, onde leciona na Faculdade de Música da Universidad de Panamá.


“Gracias a la vida” la escuché, y fue como “volver a los diecisiete”...

Finalmente la gran cantante argentina, Mercedes Sosa, ha encontrado su descanso. Vivió quizá una de las épocas más dramáticas de Latinoamérica, y las canciones que tenía el buen gusto de presentar siempre reflejaban la vida real, los sentimientos reales, las alegrías y sufrimientos reales de los diferentes pueblos que la conforman.

Las dictaduras supuraban abiertamente en nuestras tierras alrededor de los años 60-70 – poco antes, poco después – y nos parecían durar una eternidad. Los gorilas-buitres imponían el orden social que deseaban bebiendo la más pura y real sangre que vertían de las violentadas venas de América Latina.

Mientras, del lado de los pueblos se hacía escuchar una potente voz que reflejaba tantas injusticias cometidas, tantas ansias de libertad, tanta poesía lírica creada bajo la ignominia de las opresiones. Era la Mercedes, por supuesto que junto a sus selectos amigos, pero al escucharla nos olvidábamos de los compositores, los hábiles guitarristas, percusionistas, etc. Todo era La Mercedes...

Venía del pueblo, cantaba del pueblo y para el pueblo. A los dictadores y sus acólitos les incomodaba muchísimo la consciencia sonora que resonaba desde y a través de aquella mujer especial; la persiguieron con estilo y método, obligándola a moverse por todo el continente y más allá, para lograr sobrevivir.

Y moverse le resultó en éxitos, saltando por sobre exilios y diásporas, porque las emociones que vibraban a través de su particular voz en un momento sonaban ásperas y tierra, en otro tejían cariños de terciopelo sobre la piel, y eran tiernas.

No habrá como olvidarte, Mercedes Sosa, ni por las calles de nuestras urbes desenfrenadas, ni en las perfumadas veredas de las llanuras, siquiera en la soledad de los enigmáticos desiertos, como tampoco en las empinadas vertientes de las alturas.

Por todos los rincones anduviste esparciendo el polen de sus canciones, tanto que te escucho al alzar de una hoja en el camino, al recostar la cabeza al fin de un día más de vida, al asistir el rebrote de fuerzas que toman como suyo lo ajeno.

“Sólo le pido a Dios que la guerra no nos sea indiferente”, y que podamos honrar a tu memoria viviendo consecuentemente.

Panamá, 4 de octubre de 2009.
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